Transformamos la sociedad a partir de principios y valores


Vivimos una profunda crisis social que se refleja en el desmoronamiento de la vida familiar. Urge retomar los principios y valores que nos permitan dar solidez al hogar. Dios es la única alternativa.


Fernando Alexis Jiménez | Director del Instituto Bíblico Ministerial


La única forma de evitar el caos que vive nuestra sociedad, con una juventud inmersa en las drogas, el crecimiento exponencial de la promiscuidad que deja saldos lamentables de personas enfermas, la violencia y el sinnúmero de fenómenos sociológicos que hoy despiertan preocupan, es retomando los principios y valores que se alimentan al interior de la familia.

No podemos esperar que nuestro sistema, gobernado por los antivalores, sea el que tenga sobre sus hombros la formación de nuestros hijos y pretender que las sociedades, presente y futuras, avancen hacia un ambiente de convivencia y crecimiento.

El psiquiatra y catedrático cubano, Alberto Clavijo Portieles, alrededor de un tema tan delicado, advierte:

«La familia es una institución reproductora no sólo de la especie, sino, también, de la sociedad y del sistema de valores que conforman la base cultural de todo conglomerado humano.  Ahora bien, ¿cómo la familia transmite los valores que porta? Primero que todo, con el ejemplo, con el lenguaje verbal y no verbal, con la identificación afectiva de padres e hijos, con el contacto del día a día, cual escultores que modelan, a golpe del cincel, el mármol más precioso. La escuela consolida, desarrolla, impulsa, pero su rol no es sustituir a la familia, sino complementarla, abrir caminos, lanzar al vuelo las potencialidades humanas.”

No podemos buscar soluciones en otro lugar, que no sea a partir de una evaluación de cómo estamos a nivel familiar y permitir la intervención de Dios. Él fue quien creó la institución familiar y tiene soluciones a los problemas:

«Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia. Es en vano que se levanten de madrugada, que se acuesten tarde, que coman el pan de afanosa labor, pues Él da a Su amado aun mientras duerme. Un don del Señor son los hijos, y recompensa es el fruto del vientre.  Como flechas en la mano del guerrero, así son los hijos tenidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que de ellos tiene llena su aljaba; no será avergonzado cuando hable con sus enemigos en la puerta.» (Salmo 127:1-5 | NBLA)

Si el Señor es el fundador de la familia, Él la sostiene y nos ayuda a encontrar salidas al laberinto cuando hay crisis, no solo en el hogar, sino también en la sociedad.

LA FAMILIA EN EL PLAN DE DIOS

La familia estuvo en el plan de Dios desde antes de la creación. De hecho, es la familia la plataforma a través de la cual el Señor cumple sus propósitos. Por su valor intrínseco, Satanás está empecinado en destruirla.

Lo que marca la diferencia es lo que Cristo hace en la familia. El teólogo norteamericano, John MacArthur, asegura que la familia es el diseño de Dios para pasar la fe cristiana de una generación a otra

Hace muchos siglos el salmista escribió una verdad que trasciende en el tiempo y permanece vigente:

«Escucha, pueblo mío, mi enseñanza; inclinen ustedes su oído a las palabras de mi boca. En parábolas abriré mi boca; hablaré enigmas de la antigüedad, que hemos oído y conocido, y que nuestros padres nos han contado. No lo ocultaremos a sus hijos, sino que contaremos a la generación venidera las alabanzas del Señor, Su poder y las maravillas que hizo.»(Salmo 78_1-4 | NBLA)

En palabras sencillas enfatiza la necesidad de transmitir enseñanzas sólidas, fundamentadas en Dios, para edificar generaciones que puedan vencer los ataques que ponen en riego a la familia. Hijos con principios y valores, serán hijos que transferirán esas pautas a su progenie por generaciones.

El asunto lo abordó el teólogo inglés, Arthur Walkington Pink (1886-1952) escribió:

“Ciertamente existe un origen y una causa para la decadencia de la religión en nuestro tiempo, algo que no podemos pasar por alto y que nos insta con empeño a una corrección. Se trata del descuido de la adoración a Dios en las familias por parte de aquellos a quienes se ha puesto a cargo de ellas encomendándoles que las dirijan. ¿No se acusará, y con razón, a los padres y cabezas de familia por la burda ignorancia y la inestabilidad de muchos, así como por la falta de respeto de otros, por no haberlos formado en cuanto a la forma de comportarse, desde que tenían edad para ello? Han descuidado los mandamientos frecuentes y solemnes que el Señor impuso sobre ellos para que catequizaran e instruyeran a los suyos y que su más tierna infancia estuviera sazonada con el conocimiento de la verdad de Dios, tal como lo revelan las Escrituras.”

Desde su perspectiva, no orar ni atender otros fundamentos de la espiritualidad en la familia, junto con el mal ejemplo de su conversación disoluta, endurece a los componentes del hogar, llevándolos en primer lugar a la dejadez y, después, al desdén de toda piedad.

Constituye, sin duda, un catalizador de la crisis que vive la institución familiar.

Una familia comprometida con las disciplinas bíblicas se afianza con solidez. Es al interior de esta relación donde se da una valoración alta a la santidad como principio de vida. No en nuestras fuerzas ni por las obras que hagamos, sino en clara dependencia de Dios. Ese es el liderazgo que requerimos con urgencia, liderazgo que parte de los progenitores, comprometidos con el Señor.

UN LIDERAZGO BÍBLICO INFLUENCIADOR

En una sociedad que busca potenciar liderazgos, es necesario converger en un punto: el auténtico liderazgo y de influencia, es el que se fundamenta en lo que enseñan las Escrituras.

De Esdras, uno de los hombres de mayor impacto para los israelitas—tanto los que estaban en el exilio como aquellos que se quedaron en Jerusalén–, las Escrituras registran:

«Porque el primer día del mes primero comenzó a subir de Babilonia; y el primer día del mes quinto llegó a Jerusalén, pues la mano bondadosa de su Dios estaba sobre él, porque Esdras había dedicado su corazón a estudiar la ley del Señor, y a practicarla, y a enseñar Sus estatutos y ordenanzas en Israel.» (Esdras 7: 9-10 | NBLA)

Observe cuidadosamente que él había dispuesto su corazón para avanzar en el conocimiento del Señor y de Su voluntad, tanto para él como para su familia.

Ahora, las pautas bíblicas que aprendemos los padres, son las que debemos enseñar a los hijos. Por supuesto, no es algo nuevo. Es un principio milenario, como leemos en los Salmos:

«La cual ordenó a nuestros padres que enseñaran a sus hijos, para que la generación venidera lo supiera, aun los hijos que habían de nacer, y estos se levantaran y lo contaran a sus hijos, para que ellos pusieran su confianza en Dios, y no se olvidaran de las obras de Dios, sino que guardaran Sus mandamientos; y que no fueran como sus padres, una generación porfiada y rebelde, generación que no preparó su corazón, y cuyo espíritu no fue fiel a Dios.» (Salmo 78: 5-8| NBLA)

Si Dios es quien gobierna en nuestra familia, Él cumplirá Su propósito eterno con cada uno de los integrantes.

EN NUESTRO LIDERAZGO FAMILIAR GLORIFICAMOS A DIOS

Si la familia está en el plan eterno de Dios, un adecuado liderazgo lo glorifica a Él. Ese liderazgo aplica en el relacionamiento con el cónyuge y con los hijos. Por supuesto, surgirán problemas como en todo espacio de interacción humana, pero es en el Señor—en quien confiamos—el que nos ayudará a encontrar caminos de solución.

El deseo del Padre es lo mejor para todos nosotros. Un ejemplo sencillo, lo encontramos en el ministerio terrenal del Señor Jesús:

«Un leproso vino* rogando a Jesús, y arrodillándose, le dijo: «Si quieres, puedes limpiarme». Movido a compasión, extendiendo Jesús la mano, lo tocó y le dijo*: «Quiero; sé limpio».» (Marcos 1: 40, 41 NBLA)

Ocurrió con alguien que tenía una profunda necesidad de ser sano y ocurrirá con usted y conmigo, en el momento que necesitamos la intervención divina de cara a fortalecer nuestra vida en familia.

En consonancia con este principio, el salmista escribió:

«Cuán bienaventurado es el hombre que ha puesto en el Señor su confianza, y no se ha vuelto a los soberbios ni a los que caen en falsedad. Regocíjense y alégrense en Ti todos los que te buscan; que los que aman Tu salvación digan continuamente: «¡Engrandecido sea el Señor!».» (Salmo 40: 4, 16 | NBLA)

Si recapituláramos, podríamos anotar que es importante evaluarnos cómo familia. ¿En qué estamos fallando y qué se necesita? Al descubrir que se necesita imprimir ajustes, es esencial que pidamos la intervención de Dios. Él nos llevará a descubrir y caminar en la salida del laberinto. Es con Su divino podemos que nada podrá destruir nuestro hogar.

Hoy es el día para que abra las puertas de su corazón a Jesucristo. Es la mejor decisión que podemos tomar.


Fernando Alexis Jiménez | Ministerios Vida Familiar | #BlogCristianosReformados


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