¿Puede una persona ser justa delante de Dios?

En esencia lo que hizo nuestro amado Dios y Salvador Jesucristo, fue ponerse en nuestro lugar y cargar en su cuerpo, todos nuestros delitos y pecados. Solamente de esta manera lo imposible se hizo posible.


Fernando Alexis Jiménez | Editor de la Revista Vida Familiar | @VidaFamiliarCo


El asunto de la justificación es uno de los más polémicos para muchas corrientes del cristianismo. Hay quienes se empecinan en creer que jamás seremos justos delante del Padre celestial y, por ese motivo, vuelcan todos sus esfuerzos en hacer buenas obras que le agraden.

Otra corriente, que viene tomando fuerza de tiempo atrás, plantea que, por la obra del Señor Jesús en la cruz, ya somos justos. Es decir, Dios no nos ve como pecadores, sino como hombres y mujeres justificados en Su presencia.

El apóstol Pablo en su carta a los creyentes de Roma, lo dejó muy claro:

“Esta justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen. De hecho, no hay distinción, pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó. Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia.” (Romanos 3: 22-25 | NVI)

Charles Spurgeon (1834-1892), el más grande predicador de muchas épocas, iustra así el asunto:

“Cuando un preso comparece ante el tribunal, hay una sola manera como puede ser justificado, y esta es que sea declarado inocente. Y si es declarado inocente, entonces ha sido justificado, es decir, ha dado prueba de ser un hombre justo. Si ese hombre es declarado culpable, no puede ser justificado. Las autoridades pueden indultarlo, pero no justificarlo. El delito no es justificable, si es culpable de él, y, porque lo cometió, no puede ser justificado. Puede ser perdonado, pero ni la autoridad máxima puede limpiar jamás el carácter del hombre.”

Lo maravilloso del asunto radica en que, a pesar de que somos culpables, por su infinito amor y gracia, Dios no solamente nos perdona, sino que, además, nos justifica. Humanamente no es comprensible, sino en el ámbito espiritual.

Si nos atenemos a los hechos, absolutamente nadie sería salvo:

“Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron. Antes de promulgarse la ley, ya existía el pecado en el mundo. Es cierto que el pecado no se toma en cuenta cuando no hay ley; sin embargo, desde Adán hasta Moisés la muerte reinó, incluso sobre los que no pecaron quebrantando un mandato, como lo hizo Adán, quien es figura de aquel que había de venir.” (Romanos 5:12-14; Cf. 3:23 NVI)

En esencia lo que hizo nuestro amado Dios y Salvador Jesucristo, fue ponerse en nuestro lugar y cargar en su cuerpo, todos nuestros delitos y pecados. Solamente de esta manera lo imposible se hizo posible. Él asumió toda la responsabilidad. Es Su obra redentora en medio de todos nosotros.

Para entenderlo de una manera muy práctica: Cuando nos arrepentimos y pedimos perdón, Cristo Jesús se interpone entre quien desee condenarnos y le dice de manera contundente: “Soy yo quien llevo el castigo

La pena ha sido pagada en su totalidad. Podemos avanzar, sin el más mínimo temor de que seremos avergonzados.

Si vamos ante Él, estamos limpios de nuestra maldad. Ya nos perdonó y ese hecho, en apariencia sencillo, marca la diferencia.

Sperguen, anota lo siguiente:

“El momento en que el hombre cree en Cristo, deja de ser culpable a los ojos de Dios, pero, lo que es más, pasa a ser justo, se hace meritorio, porque en el momento cuando Cristo toma sus pecados, él toma la justicia de Cristo de modo que cuando Dios posa su vista en el pecador que apenas una hora antes estaba muerto en sus pecados, lo ve con tanto amor y cariño como siempre ha visto a su Hijo. Cristo mismo”

La justicia divina ya no considera a ese hombre como un ser culpable; en el momento que cree en Cristo, su culpabilidad es quitada. Se hace meritorio, porque en el momento cuando Cristo toma sus pecados, él toma la justicia de Cristo de modo que cuando Dios posa su vista en el pecador que apenas una hora antes estaba muerto en sus pecados, lo ve con tanto amor y cariño como siempre ha visto a su Hijo.

PERMANENCIA DE LA JUSTIFICACIÓN

¿Es reversible esa justificación? Definitivamente no, porque es acto soberano de Dios. El asunto es que, si Cristo pagó la deuda, lo hizo de una vez y para siempre. Perdonar para luego arrepentirse de haber perdonado, dista mucho de la naturaleza de nuestro Padre celestial.

En el instante que creen y sus pecados le son atribuidos a Cristo, dejan de ser de ellos, y la justicia de Cristo les es atribuida a ellos y considerada de ellos, a fin de que sean aceptados.

¿CÓMO ES POSIBLE SER JUSTOS?

El hecho de que no comprendamos el proceso que se produce, como consecuencia del amor de Dios por nosotros, no significa que vaya a dejar de materializarse si creemos. Humanamente es difícil de comprender, pero en el ámbito espiritual es distinto. Entendemos que recibir el perdón de los pecados por la obra redentora de Cristo no es decisión nuestra, sino que proviene del Padre.

El asunto es que, como muchas personas no lo comprenden, se empecinan en negarlo. Ahí está el gran equívoco.

En tal caso, el problema ya no es de nuestro amoroso Creador, sino nuestro, como advierte el autor reformado, Charles Hodge (1797-1898)

“Si Dios requiere una cosa, y le presentamos otra, ¿cómo podemos ser salvos? Si ha revelado un método por el cual puede ser justo y no obstante justificar al pecador, y si rechazamos ese método e insistimos en seguir un camino distinto, ¿cómo podemos esperar ser aceptos? Como no hemos de ser juzgados representados por un apoderado, sino que cada uno tiene que dar cuenta de sí, cada uno tiene que sentirse seguro de lo que la Biblia enseña sobre este tema.”

Miremos el asunto desde una perspectiva cruda y real:  Si una persona se acoge a la Gracia de Dios reconociendo que no es por sus propias obras que recibe perdón y salvación, sino por lo que ya Jesús hizo en la cruz, comete un error si procura justificarse por sus buenas obras.

Quita su mirada de Cristo y la pone en el indeterminado número de horas que pasa en oración y ayuno, en las veces en las que no se equivocó—es decir pecó—en comparación con el día anterior y en los días que lleva yendo al culto de su denominación.

Si por alguna circunstancia se equivoca e incurre en un pecado, se siente fracasado. Igual si no pudo ir a una reunión convocada por el pastor o líder y, sobremanera indignado consigo mismo, porque no pudo ir al ayuno del miércoles o del sábado.

En su mente tiene la fijación de que las buenas obras le abonan terreno delante de Dios y que, si se aparta de ellas, perderá la salvación. En otras palabras, de manera autónoma y desde su perspectiva mental, invalida una obra tan maravillosa como la justificación.

La decisión de seguir a estos maestros de la condenación con su larga lista de no hagas, no digas, no pienses, está en sus manos. Ellos mismos han pasado una y otra vez por las Escrituras que se refieren a la gracia de Dios. Sin embargo, puede que no las entiendan porque enfrentan un velo espiritual o, quizá. Les gusta mantener subyugadas a las multitudes desde un púlpito, con prédicas legalistas, revestidas de religiosidad.


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